Mientras la ciudad llora convertida en pandemia. La metáfora para una sociedad demoledora llega en forma de guerra viral. El enemigo invisible y nosotros frágiles, desprotegidos frente al desconocimiento de una sociedad que creía conocerlo todo. De una sociedad que se creía invencible. Enamorémonos. Es buen momento para hacerlo, ¿no crees? Mientras la especie se extingue, nosotros nos enamoramos. Ese será el epitafio que mandaré construir en tu jardín que también será mío. Que nos entierren juntos en el mausoleo de los desavenidos. De los no creyentes. De los dolidos. De los ignorantes. De los rebeldes, rotos y marchitos. Ahora no tenemos miedo al terrorismo, ahora tenemos miedo a la enfermedad. Y me pregunto si no estábamos tan podridos, infectados y apestados como para echarle la culpa a un murciélago de lo que nosotros engendramos. ¿Tienes miedo? La muerte ha estado presente siempre. Eres tú quién la negaba. Éramos nosotros. Mis dedos hubiesen decapitado tu cabeza de haber podido, para sostenerla siempre cerca de mi boca. Y de mis pechos. Y de mi vientre. Sí, sí, sí, podría haber sido Salomé. Querría haber sido Salomé. ¿Acaso soy Salomé? He llorado tantas estrellas seguidas por no saber que se siente. Si tu cabeza alguna vez hubiese reposado sobre mi vientre. Tan solo alguna vez. Nunca fui Salomé.